Texto y fotos: Raúl Rubio
Dos personas (con una espalda a prueba de bombas), muchas horas de trabajo, imaginación y talento. Mucho talento. Y no menos curiosidad para traer hasta España, aquí y ahora, unas prácticas desconocidas del lejano Oriente, miles de años y kilómetros después. El objetivo es animalizarse para transmitir acciones y estados de ánimo; convertir en creíble lo irreal.
La exhibición de danzas de león chino provocó risas, suspiros de admiración y sinceros aplausos de agradecimiento en el público presente en la Vall d’Uixó: mucho al principio y más al final. Buena señal.

Organizado por el club local Hong Teck Spain dentro de les Festes Patronals de Sant Vicent Ferrer, y con la participación de otras agrupaciones de España, llamaba la atención por su originalidad. Pero hay más: es una propuesta muy atractiva, fácil de entender (aunque no sé si tanto de valorar) y que gusta a todos. Sin límites de edad.
El animal cobra vida y empieza a hacer cosas, se asusta y se alegra. Y tú lo ves: en sus ojos, sus gestos, sus movimientos…
Pues sí, dos humanos comparten una enorme capucha con una cabeza de león al frente, inclinan su espalda 90 grados y se reencarnan en un animal, haciendo de la coreografía y la confianza en el otro una máxima posible. Mientras, el resto de compañeros ponen la banda sonora, con intensidades medidas y estudiadas, apoyándose en instrumentos de percusión orientales que acompañan las acciones del león.
Y es entonces cuando te olvidas por momentos de que hay gente ahí abajo. Porque el animal cobra vida y empieza a hacer cosas: a jugar con plantas, a cruzar con temor un charco, a saltar, a correr, a girar sobre sí mismo por el suelo, a ponerse en pie, a subir y a bajar, con tal autenticidad, que parece imposible. Y se asusta. Y tiene miedo. Y se alegra cuando logra su objetivo. Y tú todo eso lo ves. En sus ojos, en sus gestos, en sus movimientos. Lo notas. Lo sientes.